jueves, 19 de febrero de 2015

El ganso de los huevos de oro

El ganso de los huevos de oro 

No cabe duda que la avaricia es algo terrible, no por nada es un pecado capital.  Por la terrible avarcia se han peleado para siempre amigos, se han separado familias y se ha provocado la muerte de mucha gente por el coraje de no lograr tener todo lo que deseaban en su vida. Reflexionando sobre eso, recordé un cuento que hace muchos años me compartieron y me dejó un gran aprendizaje:
La muchedumbre se apretujaba contra el puesto del vendedor de huevos en el pequeño mercado pueblerino, pues  habían oído hablar del maravilloso ganso de plumas blancas que ponía huevos de oro, y miles venían a ver aquel espectáculo con sus propios ojos. Oprimían su dinero con fuerza, y gritaban que querían comprar un huevo. El comerciante estaba emocionado pero al mismo tiempo desesperado por no poder atender a toda  aquella aglomeración de compradores, ya que sólo podía proveer a un cliente por día; el ganso solo ponía un solo huevo al día. Los demás tenían que esperar al día siguiente. 



Como el codicioso mercader no estaba satisfecho de su suerte y ansiaba más huevos, se le ocurrió de pronto una idea que él consideró espléndida. ¡Mataría al ganso y así en el interior del animal, hallaría todos los huevos! 
La multitud gritó emocionada, eufórica, cuando supo lo que se proponía hacer el mercader. Éste afiló cuidadosamente su cuchillo y lo hundió en el ave. La gente contuvo el aliento, mientras miraba surgir la sangre, goteando entre las blancas plumas. Poco a poco, se esparció sobre el mostrador en una gran mancha roja.
La gente y el mercader quedaron impactados y desesperados ante la triste realidad. Allí estaba aquel ganso, con el cuerpo deshecho y sin un solo huevo dentro.
—Ha matado al ganso que ponía huevos de oro —dijo con tristeza un viejo agricultor.
La gente se apartó con disgusto del puesto y se alejó lentamente.
Por supuesto que este cuento puede ser interpretado de muchas maneras.
Matamos al ganso de los huevos de oro cuando sobrecargamos nuestro cuerpo y mente al desear ganar más dinero a costa de la sobresaturación.
Todos tenemos un límite y por el afán de ganar más, nos olvidamos de lo verdaderamente importante que es nuestra propia salud. El cuerpo es sumamente sabio y nos da avisos cuando lo estamos saturando, pero muchos no lo vemos, o mejor dicho no lo queremos ver ni sentir. Decimos que es algo pasajero.
Matamos al ganso de los huevos de oro cuando dejamos de hacer la inversión más grande y redituable que podemos realizar: Tiempo de calidad con la gente que amamos. Por supuesto que al paso del tiempo de lo que más nos vamos a arrepentir no es de lo que hicimos, sino de lo que no hicimos, de lo que no amamos, no expresamos. El tiempo es oro y más cuando se trata de nuestra familia. Es de todos conocido que el principal problema que viven las parejas en la actualidad es la falta de comunicación con todas su variantes. La falta de diálogo y el poco tiempo que destinamos para escuchar las necesidades o los sentimientos de nuestros hijos nos cobran una factura enorme al paso del tiempo, situación que nos hace lamentarnos por haber matado al ganso del tiempo que vale oro.
Matamos al ganso de los huevos de oro cuando tenemos un trabajo y por flojera, apatía o desidia lo descuidamos y nos privamos de crecer dentro del mismo. Increíble la gran cantidad de personas que no valoran lo que tienen, y dejan una pésima imagen donde un día se les abrieron las puertas y todo por el pésimo hábito de la irresponsabilidad que los ha acompañado toda su vida.  No hay trabajo indigno, hay quienes hacen indigno el trabajo. Hay gente que dice que no es floja, sino que nacieron cansados. ¡Zas!
Por supuesto que matamos al ganso de los huevos de oro cuando perdemos la confianza en quien, en un momento de crisis, nos pidió ayuda, juró y perjuró que lo regresaba en tal fecha y simplemente se hace ojo de hormiga y lo peor, que al paso del tiempo quien estaba en crisis está en abundancia y simplemente no recuerda sus deudas.  Qué triste que se pierda una amistad por cierta cantidad de dinero.
Mención aparte merecen las familias que prácticamente se desintegran cuando existe un conflicto en el cual todos deberían de participar. Ayer me mencionaban el caso de una señora de 75 años, viuda, madre de cinco hijos, tres varones y dos mujeres, que sufrió un accidente cerebro-vascular y no tenía seguro de ningún tipo.  Una de las hermanas, en su desesperación por no saber qué hacer, le habló al hermano mayor para preguntarle a dónde la llevaba, a lo cual le respondió: a donde tengas el dinero para pagar su hospitalización. O lo que es lo mismo, pero en otras palabras, haz lo que puedas y a mi no me embarres. Para no hacer larga esta historia, de los cinco hermanos, solamente dos se hicieron cargo de los gastos y, lo que es más desgastante, solo ellos dos estuvieron para cuidar en turnos a su madre que prácticamente estaba imposibilitada para moverse. Triste realidad que viven miles de familias en el mundo por no preveer y por no involucrarse en algo que les concierne a todos. Las razones, por la supuesta falta de tiempo o dinero, pero no creo que no haya alguien que no pueda ser solidario de alguna manera con quien le dio la vida. Claro que matamos al ganso de los huevos de oro por la imagen que se pierde  y la gran desepción que se genera entre los miembros de la misma familia.
Nadie es tan pobre ni está tan ocupado que no pueda compartir un poco de su tiempo o dinero entre quienes más lo necesitan. Como decía Epicuro: “¿Quieres ser rico? No te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia”.

¡Ánimo!
Hasta la próxima 

 

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