viernes, 20 de febrero de 2015

Para tener vida después de la pérdida

  Para tener vida después de la pérdida

Por Dr César Lozano

Por naturaleza tendemos a huir del dolor. El dolor físico o el dolor emocional. Cuando muere un ser querido, la mayoría de las personas buscan evadir sus sentimientos de pérdida a través de muchas formas, como el exceso de trabajo, la comida, el alcohol, los viajes, distracciones diversas donde se evite pensar más en ese dolor tan grande que representa la ausencia de quien significó algo importante, y no precisamente un familiar, porque alguien importante en la vida puede ser un amigo, un compañero de trabajo, un vecino o por qué no, alguien que marcó significativamente mi vida en determinada etapa y, aunque el tiempo y la distancia hayan hecho estragos en nuestra relación, el recuerdo perdura.
El dolor se hace presente no sólo con la presencia de la muerte, también con el adiós a una relación que significó mucho. El rompimiento de un nexo causa estragos enormes que si no se vive adecuadamente puede dejar huellas imborrables a pesar del paso del tiempo.

En fin, la pérdida de un ser querido por alguna razón, puede doler tanto que creeríamos, inclusive, que significa el fin de nuestro motivo en el mundo. Ese es precisamente el gran riesgo que representa no prepararnos de alguna manera para recordar que nada es para siempre. Que tarde que temprano la muerte o la despedida de alguien que significa mucho en nuestras vidas, puede ocurrir. Es el gran problema de no tratar el tema de la muerte con nuestros hijos y, qué ironía, porque es precisamente la muerte lo único que tenemos seguro que tarde o temprano llegará.

Cada vez más se hace presente el estudio de la muerte y el buen morir. Se le llama a esto Tanatología. Cada quien vive el proceso del duelo a su manera. La pérdida produce una gran ansiedad emocional a cualquier edad. Hay quienes después de la pérdida logran superarla en forma casi inmediata y quienes a pesar de la presencia de amigos, familiares y psicólogos no logran superar la pérdida.

Hoy quiero compartir contigo esas etapas por las que pasa una persona en duelo. Puede ser el duelo por la muerte o el rompimiento de una relación significativa.

Algunos autores, como Brian Weiss, dicen que son cuatro: Shock, protesta, desesperación y recuperación. Pero sin duda la clasificación que más me agrada es la clasificación que Elizabeth Kübler-Ross menciona en sus libros “La rueda de la vida” y “La muerte, un amanecer”.
Estas son las etapas:
  •     Negación: la función de la negación es proteger la mente de una crisis tan intensa que no se puede absorber de principio. Cuando el impacto de la muerte de un ser querido es abrumador, la negación sirve para aliviar el peso total del golpe. Pero al paso de las horas, días o semanas, empieza a intervenir gradualmente la realidad.  Con el tiempo se absorbe plenamente la pérdida.  Si bien la negación es saludable al principio del duelo, puede volverse disfuncional si se  prolonga.
  •     Enojo:  Es esa ira que tendemos a dirigir hacia quienes pueden haber ocasionado la pérdida en forma directa o indirecta.  También puede ser autodirigida, o sea, sentir ese enojo y culpabilidad hacia nosotros mismos por no haber estado el tiempo o la calidad de tiempo con quien ya no está. Hay quienes dirigen inclusive su ira en contra de Dios por permitir tanto dolor sin merecerlo.
  •     Regateo o Negociación: Es cuando vamos afrontando la realidad en la que vivimos.  Es cuando nos damos cuenta que el tiempo pasa y la ausencia sigue presente.  Es la etapa en que se empieza a visualizar la vida sin la persona que tanto significó para nosotros. Empezamos a ver las alternativas para sobrellevar la pena.  La mente está buscando los altibajos y la forma más adecuada de encontrar la armonía.
  •     Tristeza o Depresión:   Puede estar viviéndose durante todo el proceso en forma continua o manifestarse con el paso del tiempo. Al inicio del duelo, el acompañamiento de amigos y familiares generalmente está presente. Pero cuando pasan los días y cada quien regresa a sus actividades cotidianas, puede sentirse la soledad con todo su peso y caer en crisis de tristeza o depresión.
  •     Aceptación:   Es sin duda la etapa a la que todos aspiramos llegar. Depende de cada quien y de la preparación previa al suceso. Es esa etapa en la cual la cicatriz de la ausencia se encuentra presente, pero no duele.  Está ahí, porque será algo que la mente hará presente, pero el recuerdo no provoca estragos que incapaciten nuestro actuar.

Es necesario vivir el dolor del adiós. Es necesario enfrentarnos a la pérdida y es necesario recordar que a veces las palabras salen sobrando cuando se trata de acompañar a quien sufre. Recuerdo una maravillosa historia contada por Raymond A. Moody que se titula “El cuento de Tommy”:

“Tommy tenía seis años y quería tener un reloj de pulsera. Una Navidad por fin se lo regalaron y estaba impaciente por enseñárselo a su amigo Billy.  La madre de Tommy le dio permiso y le advirtió: -Tommy ahora llevas tu reloj nuevo y sabes leer la hora.  De aquí a la casa de Billy llegas caminando en dos minutos, así que no tienes excusa para llegar tarde a casa. Vuelve antes de las seis de la tarde para merendar.

-Sí, mamá –dijo Tommy mientras salía corriendo por la puerta.

Dieron las seis, las siete y ni rastro del niño. La mamá, entre molesta y preocupada, se decide salir a buscarlo y en ese momento entra el niño en silencio. -¡Ay, Tommy! ¿Cómo haz podido ser tan desconsiderado? ¡Mira qué preocupada me tienes!  ¿Donde te has metido?

-He estado ayudando a Billy…empezó a decir Tommy. ¿Ayudando a Billy? ¿a qué? –le grito la madre.

-A Billy le han regalado una bicicleta nueva por la Navidad pero se le cayó y se le rompió y…

-Ay, Tommy –le interrumpió la madre-, Hijo, ¿pero tú qué sabes de arreglar bicicletas? ¡Si tan sólo tienes seis años!

-No mamá. No quise  ayudarle a arreglarla. Me senté a su lado, ayudándole a llorar.”

¡Animo! ¡Hasta la próxima!

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