viernes, 20 de febrero de 2015

¿En qué momento?


  ¿En qué momento?

Por Dr César Lozano

Existe una línea casi imperceptible, muy poco detectable, entre el expresar amor o indiferencia; entre una explosión de alegría o hacer el ridículo; entre el  silencio y la tibieza; entre  el respeto  y el miedo; entre extrañar o querer controlar. Es una línea que si la traspasamos, cambia totalmente nuestras relaciones.
¿En qué momento pasamos de esa línea? Hay quienes tienen la fortuna de detectarlo a tiempo y toman cartas en el asunto en forma inmediata. Están atentos y conscientes de sus actos o tuvieron la fortuna de tener a su lado  a alguien que se los advirtió.
Hace unos días estaba en un restaurante, y como siempre: me gusta hacer un breve repaso visual del lugar y observar a quienes coincidimos en ese momento.
Quiero advertir que soy observador ¡no víbora! Al ver a quienes estaban allí, detecte algo que estoy seguro que si tú eres igual de observador que yo, lo habrás notado en alguna ocasión. Pude observar, y no es la primera vez, a quienes van a un restaurante “literalmente” a comer y se privan de la oportunidad de hacer de esos momentos, algo memorable. No los aprovechan en  utilizar una de las poderosas estrategias de comunicación que Dios nos ha dado a los seres humanos: el diálogo. Están sentados a la mesa, “acompañados” sólo por  sus pensamientos, sumidos en ellos.  Con la vista fija en su plato y consumiendo su contenido sin dirigir palabra alguna  a quien o a quienes tienen a su lado.
Se percibe en sus lentos movimientos un aire de indiferencia, de hastío.
¿En qué momento permitimos que el aburrimiento penetre en nuestras vidas? ¿En qué momento tomamos la decisión de quitar el ingrediente del entusiasmo por las cosas “simples”? Traspasamos la línea que hay entre  la cordialidad y el diálogo, entrando al espacio de la apatía.
Esa situación es común en muchas familias que  desperdician esa oportunidad que nos procura el comer juntos; esa ocasión de poder compartir nuestros momentos significativos del día. Admiro profundamente a quienes aun y que los años de convivencia han sido muchos, procuran hacer del diálogo y la alegría, un hábito.
¿En qué momento dejas de fomentar la unión y la convivencia familiar, por tratar  de “disfrutar más tu vida”, olvidando que tu dedicación y amor es el legado más grande que puedes dejar a los tuyos?
Creemos que solamente en la etapa del cortejo o el enamoramiento se suscita el diálogo espontáneo y los detalles mutuos,  y no tiene porque ser así. Si lamentablemente tú eres ese grupo ¿en qué momento diste cabida en tu vida a ese veneno que destruye las  relaciones de amor o amistad? Así como observé a quienes hacen del comer un momento “X”, es decir: “ni fu, ni fa”, me di cuenta de quienes por comer de más, traspasan la línea que hay entre el placer que aporta este acto,  y la gula desmedida. No les importa que ya se sientan satisfechos, siguen expandiendo su estómago comiendo de más y acostumbrándolo a eso, obviamente con las consecuencias que tal vicio  conlleva.
¿En qué momento dejamos de cuidarnos y nos abandonamos? ¿En qué momento deja de importarnos la salud y el agradarnos a nosotros mismos por  causa de  algún vicio? Es tan delgada la línea, que muchas veces no la detectamos. Para cuando acordamos, las “lonjas” en el abdomen nos cambian la figura. La papada se recarga sobre el pecho, las tallas de la ropa aumentan significativamente. Hay quienes se  consuelan porque cuando preguntan:  “¿Estoy bien gordo verdad?” No falta quien, en su afán de hacerles sentir bien les dice: “¡No, qué va! ¡Te ves bien sanito! ¡Esos cachetes te sientan rebien!” Si, cómo no…
Hay hombres y mujeres que pasaron la etapa del enamoramiento y la del verdadero amor en forma tan rápida, que ya nos les importa agradar a su pareja. ¡Se dejan, se abandonan! Evitan cuidar su limpieza y apariencia. Permiten que aparezcan signos de vejez prematura. ¿Cuántos hombres conoces – y de buena condición económica-, que el fin de semana dejan de rasurarse,  visten sus peores garras, (léase ropa) andan fachosos y ridículos, escudándose con la excusa de: “Al cabo estoy en familia y no tengo necesidad de  arreglarme?  Durante todo el día se pasean con ese “short” guango mata-pasiones, con el encuarte arrastrando, con esa  playera de 3 tallas más grande, patas de gallo o tenis que si los tiraran a la basura… ¡se los regresan! No es por falta de dinero. Es porque son fachosos y dejados. Hay gente humilde, de escasos recursos, pero dignamente presentable.
¿Qué es más importante que tu propia familia? Nada. ¿Cuántas mujeres dejan de agradar a sus maridos porque ya no se arreglan, ya no se ponen bonitas para él como lo hacían para conquistarlo? Solamente en momentos que consideran significativos, fiestas, bodas, etc., se peinan, se maquillan, sacan la belleza escondida tras el desgano y la apatía.
¿En qué momento permites que entren en tu vida ese aburrimiento, ese desinterés por tu propia persona y por los que te rodean, al grado de que se vuelva  un hábito en tu vida?
Cuidémonos de caer en las redes de esos nefastos enemigos. Detectemos a tiempo el peligro traspasar esa delgada línea que separa lo bueno de lo malo. Lo bonito de lo feo. El amor del desamor. El entusiasmo de la apatía. El tiempo pasa tan rápido que nos envuelve en su prisa y nos olvidamos de vivir por estar sólo sobreviviendo.
Para terminar, comparto contigo estas frases que me enviaron:
"Para alcanzar algo que nunca has tenido, tendrás que hacer algo que nunca hiciste". Cuando Dios te quita aquello que apretabas firmemente, Él no está castigándote, sino simplemente abriendo tus manos para que reciban algo mejor. Concéntrate en esta frase:  "La Voluntad de Dios, no te llevará a donde su Gracia  no te proteja".
¡Ánimo!
Hasta la próxima.

0 comentarios:

Publicar un comentario